domingo, 21 de marzo de 2010

HYPNOFON - Show Bicentenario 19.3.10





El paisaje desde el escenario
con el lago verde y la isla de palmeras
nos llevó, una vez más,
a un Universo trippy y surreal
(...situación ideal para un show de Hypnofón!)

El enorme rompecabezas
de diseñadores, modelos, videastas,
bailarines, música grabada, orquesta
(que esta vez formó con 32 músicos!),
tomó forma, y gracias a la Providencia
todo salió perfecto!





Gracias a todos!
A los organizadores Julieta y Augusto
y su equipo de trabajo
(que soportaron las tensiones
con estoicismo y sonrisas)

a Lady María que, como siempre,
no descuidó ni el más mínimo detalle




a los diseñadores (que son un verdadero equipo!)
a los hypnófonos que
me ayudaron con una concentración absoluta
para que la música brillara como nunca!





Al equipo técnico impecable
(Gaby Calvo héroe nacional)
a Carlitos Casella,
al mtro. Wainrot,
a los fans de Hypnofón,
al cielo, a las deidades...

Agradecimiento infinito!





Algunos de los muchos links que encontré:

http://www.larazon.com.ar/notas/2010/03/20/02163649.html

http://actualidad.rt.com/tiempolibre/cultura/issue_6057.html

domingo, 7 de marzo de 2010

TERAN - El barrio del cementerio de Olivos Norte en la época de mi infancia (1973 -1976)



Mi barrio de infancia
no tenía nada que envidiarle
a la más pesadillesca
escena de Terry Gilliam.

Estaba habitado
por un ejército de freaks
y mi padre, experto
en la técnica
del personaje de Benigni
en "La vida es bella",
los convertía, ante nuestros ojos
infantiles, en seres
dignos de Alicia.

Casi todos los nombres
que cito, son apodos
inventados por mi padre.

...



El Quemado

Finge leer, perpetuamente,
un libro policial de bolsillo
que está invertido,
doblado en una página fija
y apretado entre sus dedos negros.

Acodado en la entrada de la marmolería,
todo su cuerpo está
quemado desde adentro
y ennegrecido por el alcoholismo.


Salcedo

Borracho oficial del barrio.

A varios metros de él
se percibe su calor corporal.

Guarda ciertas actitudes de caballero
de su juventud: lleva sombrero,
la media americana bien prolja,
y se descubre cuando pasa
una mujer decente.


Zárate

Es un hombre extraño:
altísimo, cetrino, simiesco,
de cabeza muy pequeña,
y de brazos tan largos que, erguido,
las manos le sobrepasan
con creces las rodillas.

Ha sido herido gravemente en el vientre
en una pelea, y en su convalescencia
se muestra digno.


Lombriz

El enterrador del barrio.

Es enano, contrahecho, jorobado
y se lo ve pasando muy temprano,
con su pala al hombro y silbando alegre,
camino al cementerio.


Los Petisos Orejudos

Gemelos microcéfalos subnormales
y de orejas enormes,
que empujan un carro de cartoneros.

Sus sonrisas desdentadas
y sus ojos vacíos
hielan la sangre.


Don Toto

Amo y señor del corralón de cartoneros.

Él mismo pesa los diarios y los metales
y entrega, a cambio,
exiguas sumas a los cirujas.

Es gordo, lleva anteojos negros de carey
y un reloj de pulsera de oro.

Tiene una bala en la columna vertebral
que no le han podido extirpar.

Se ha hecho de un ejército de linyeras,
y todos tienen carros verdes
con su nombre Toto
y un número pintarrajeado de blanco.


Crónica

Plomero y chismoso del barrio.

En todo momento sabe todo
de la actualidad de cada uno
de los personajes.

Ha estado a un punto de ganar
el ProDe una vez,
y el disgusto del fracaso
lo ha llevado a un infarto,
del que se ha recuperado
malamente.


El Comegatos

Infeliz que sobrevive en un baldío,
alimentándose de alimañas
que él mismo caza
y lleva a rastras
en una ignominiosa bolsa
de arpillera.

Los niños del barrio
le profesan un horror fulminante.


Las hermanas Telerín

Apodo de tres hermanas
adolescentes de dudosa moral,
una de las cuales, Claudia, la mayor,
detiene al barrio con sus dotes naturales
y sus vistosos y apretados conjuntos.


Roberta

Niña extraña del barrio,
pelirroja furiosa y con la cabellera
enorme y crespa.

Sus padres son hippies de libro,
barba larga y pantalones carpinteros él
y vestidos hindúes andrajosos, ella.


Mónico

Misterioso travestido del barrio.

Nadie sabe nada de él,
y sólo se lo avista si se merodea
la tapia del cementerio
mucho después de la medianoche.


Don Guerrieri

Es el próspero empresario
de pompas fúnebres.

Tiene raras obsesiones
con los muertos (colecciona necrológicas);
luce una larga barba blanca,
y una escalofriante simpatía bonachona.

Se encarga de recordar a los vecinos
la finitud de la vida
con frases de violenta crudeza.
(En los sobres de salutación
que reparte en las fiestas dice:
“Un haragán vale menos que un muerto,
y ocupa más lugar”).

Ha mandado hacer un cartel de neón
para su negocio que titila y reza:
“Pascual Guerrieri, al servicio de los muertos”.

La municipalidad se lo ha retirado,
por considerarlo ofensivo.


Nelly

Esposa de don Guerrieri.

Prepara los muertos en sus ataúdes,
y para ello compra pegamento en el kiosco
casi todos los días,
con el objeto de mantener
las bocas y los ojos de los difuntos
piadosamente cerrados.


La Famiglia Contartese

Son los tanos del barrio.

Trabajadores hasta el absurdo,
funcionan como un aceitado mecanismo:
los mayores regentean el almacén
de ramos generales y el corralón de materiales,
mientras los hijos jóvenes
atienden el kiosco.

Son miserablemente ricos y avaros
(en la fantasía del barrio).


La Famiglia Gianinni

Viven en la casa más lujosa
de la cuadra (laja Mar del Plata y tejas,
jardín anterior muy cuidado).

Todos son ciclistas,
con sus costosas bicicletas de carrera
de ruedas finísimas.

Son dueños de la marmolería
que construye las lápidas.

Su empresa es familiar
como la de los Contartese,
pero se muestran más lejanos
y se diría, casi aristocráticos.


Lito

Es el niño leporino,
que ha resbalado en la verja de un jardín
y se ha atravesado una punta de hierro
en el abdomen hasta salírsele por la espalda,
sobreviviendo milagrosamente.


Enzo Colafrancheschi, y sus hijos Gabriela y Walter

Enzo es un mecánico
que tiene su taller sobre la calle Pelliza;
es agradable y buen vecino.
Tiene extrañas preferencias:
construye sistemas de electrocución de ratas
con arcos voltaicos, y se desplaza en un camión
con alimentación a gas
(lleva una garrafa de butano
en el asiento del copiloto).

Es fanático de los autos,
y en especial de un modelo importado de Citroen
que él denomina Sapo,
al que venera casi religiosamente:
sostiene que aquel automóvil
puede desplazarse con sólo tres
de sus ruedas colocadas.

Su hija Gabriela es una belleza adolescente.

Su hijo Walter sigue los pasos de su padre
en cuanto a los talentos mecánicos
y se revela como un joven simpático
y de cierto carácter.


El matrimonio Díaz País

Son los viejos dueños
de una lúgubre y caótica bicicletería.

Dice la leyenda que son los inventores
del “Sistema Superpaís”:
dudoso ingenio que logra
que las dos ruedas de la bicicleta
sean detenidas con el accionar de un solo freno.

Exhiben un proverbial malhumor,
injustificado y violento.

En el local, un cartel mal pintado reza:
“Si su bicicleta no es retirada en quince días,
será completamente destruída”.

La desastrada mujer luce un nutrido bigote.


Don Antonio Chamboni

Es un albañil que se ha puesto senil,
mas no está en condiciones de retirarse:
sus trabajos son obras maestras
del surrealismo.

Golpea con la maza un clavo en la pared,
y cuando considera la labor terminada,
suelta la maza y la deja volar hacia atrás,
despreocupado, para horror de los demás obreros.

Así se desplaza: monta su bicicleta
y unos metros más adelante,
incapaz de mantener el equilibrio,
cae al pavimento.

Se levanta con dificultad,
vuelve a montar, cae otra vez,
y así, tristemente.

jueves, 7 de enero de 2010

TERAN - El niño corredor



La zona costera de Núñez,
allí donde hoy corre la autopista Lugones
y más allá hacia el río,
era en los años 30 del siglo XX,
aun zona silvestre.

Existían allí precarios reparos
de las inclemencias, algo así
como pequeñas chozas
y en ellas sobrevivían
algunos grupos de personas.

Un niño de unos seis años
corría como un conejo
desnudo por los barriales.

Se sabía ya infalible
en el arte de arrojar piedras
al punto de haber desmayado
en una ocasión
a un pequeño burro
(víctima inocente
de un lanzamiento
justo e inocente también,
como una Intifada)

Entonces, lo justo
era apedrear con pericia
serena y violenta
a aquel automóvil negro y lujoso
que invadía su selva de barro.

El cascote elegido fue
un poco demasiado grande, quizás
para el bracito escuálido del niño
y se estrelló tres centímetros
bajo el vidrio del acompañante
haciendo saltar la pintura impecable.

-La próxima, le reviento los vidrios!
pensó el niño, un poco desilusionado,
y un minuto después había olvidado el asunto
para seguir corriendo, descalzo y veloz.

...

La dama de beneficencia del gran sombrero
habló indignada a la mujer mulata e indolente:

-Los chicos aquí, son carne de presidio!
Hay que llevarlos a los orfanatos.
Son delincuentes formados
ya en la primera infancia...
Sin ir más lejos, hace un rato
un verdadero niño asesino
nos atacó con una enorme piedra
que si lograba su objetivo, nos mataba...
Mire nomás cómo quedó la puerta del Ford!

...

En ese preciso instante
entró en aquella choza
el niño corredor Eduardo Terán
para ver si su madre
había conseguido algo de comer.

No se discutió mucho más.

...

Quince años después, Eduardo
joven de veintiún años
pulcro e impecable en su austeridad
era despedido del orfanato
y lanzado a la vida de la ciudad.

Caminando sin rumbo fijo
(libre por primera vez en tres lustros!)
escuchó una música
y se dejó llevar por ella:
así llegó a una centralita de bomberos
que mantenía, a la usanza de la época,
una pequeña fanfarria.

Curioso, como extranjero que era
en su propia ciudad,
hizo mil preguntas
y el jefe de bomberos
le eligió al fin
un abollado bombardino.

Lo estudió, y pronto
formó parte de la banda.

Una cadena de bendiciones
(que alguna vez detallaré)
lo acercó luego al violoncello
y su vida musical fue larga,
bella y fructífera.

La música, para mi padre,
fue literalmente un ángel
que lo tomó aquella tarde
por los hombros
y lo alzó, salvándolo del infierno.

Así nos lo ha transmitido
a todos los que lo seguimos
y es ese espíritu de bendición
el que nos empuja aún.